Cierto es que en Chucena no hay muchas organizaciones religiosas ni una gran cantidad de obras de arte. Pero también es cierto que lo poco que hay llama la atención. Son piezas de gran valor, sobre todo sentimental y devocional, pero también artístico.
El Santísimo Cristo de Burgos, obra, según las últimas investigaciones, atribuida al círculo de Pedro Duque Cornejo, nieto de Pedro Roldán, del siglo XVIII, no iba a ser menos. No es que podamos catalogarlo como un gran crucificado (por supuesto me refiero a la estatura) o que tenga gran fama. Pero solo un elemento lo hace distinto a los demás, incluso destacándolo por encima de ellos. Su faldón. El misterio de su sudario. Algo que lo hace una talla única, singular.
Y digo misterio, porque aunque historiadores y expertos en arte han intentado desvelarlo, nunca han sabido confirmar el por qué de la inclusión de este atuendo, cuanto menos extraño, en una zona predominada por el arte barroco sevillano. También queda por responder a la pregunta del millón, tipo '¿qué fue antes, el huevo o la gallina?', es decir: ¿fue la hechura de este faldón la que dio origen a la advocación 'de Burgos' o quizá como ya se llamaba así decidieron hacerlo parecido a la imagen de la capital burgalesa?
Historia aparte, llega el momento de celebrar la Pasión de Nuestro Señor representado en la talla del Cristo de Burgos, que fue en su momento olvidada en un altar (que ya no existe, por cierto) de nuestra Iglesia y que, desde la fundación de la Hermandad, allá en 1954, viene siendo el epicentro de nuestra Semana Mayor.
LLega el momento de rendir homenaje al 'Salvador de la Iglesia', aquella imagen que quedó abandonada a su suerte cuando se planeaba destruir el templo y que, afortunadamente, no fue así. Es el momento de que Chucena se rinda a las plantas de su Señor, el 'Cristo de las enagüillas'.
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